miércoles, febrero 02, 2005

El otro Auschwitz, el otro Nürenberg

Al conmemorarse el 60º aniversario de la liberación de Auschwitz – Birkenau por el ejército Rojo, cabe dejar claro algunas observaciones. Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de los nazis a Polonia, los nazis con los soviéticos habían acordado dividirse el estado polaco. De hecho, el ejército Rojo espero a que el ejército alemán hiciera el trabajo de acabar con la resistencia, antes de entrar ellos a Polonia. Luego la N.K.V.D o la policía política de Stalin asesinó 30.000 polacos en los Bosques de Katyn.

Cuando el ejército Rojo liberó dichos campos de concentración, en la Rusia del dictador José Stalin había miles campos de concentración o Gulags tanto en Siberia como en el Ártico, cuyo máximo fin era, pues, el exterminio. Los nazis querían exterminar una raza, los comunistas querían exterminar una clase. Como dice Soljenitsin “solo nos falto gas, para hacer cámara de gas”.

El Auschwitz comunista fue Solovki, Kolymá o Vorkutá. El primero estuvo ubicado al comienzo del círculo polar Ártico, en una isla del mar Blanco a la altura de Finlandia. Solovki fue creado por Lenin. Solovki fue un monasterio ortodoxo convertido en un campo de concentración, que estuvo vigente desde 1918 hasta 1939. Allí iban a parar los “incorregibles intelectuales burgueses”, como decía Lenin. ¿Por qué nadie se acuerda de esos campos de concentración? ¿Será por qué no hay fotos y películas, que se queden grabadas en la retina del individuo? Entonces la escritora Susan Sontag tendría razón al afirmar que el olvido se debe a la falta de películas. Como dice el refrán: “una imagen, vale más que mil palabras”.

En 1946, el funcionario soviético Víctor Kravchenko para la Comisión Soviética de Compras con asiento en Washington, pidió asilo al gobierno norteamericano. Víctor Kravchenko publicó el libro “Yo elegí la libertad” en 1947, en que denuncia estado policíaco soviético desde la Revolución, antes que el Premier Nikita Krutchev denunciara el culto a la personalidad de Stalin.

Ese libro se imprimió en seguida en castellano por la Editorial Guillermo Kraft Limitada de Argentina. ¿Por qué Pablo Neruda, Volodia Teitelboim, Mario Benedetti o algún otro dirigente comunista no leyó el libro, si estaba disponible? ¿Por qué la generación del setenta latinoamericana aún se creyó el cuento de las “sociedades progresistas”? ¿Luis Sepúlveda o Ariel Dorfmann no lo leyeron? ¿O un político culto como Ricardo Lagos no lo conocía, quien fue nombrado embajador en U.R.R.S por Allende en 1973? Probablemente, no hubiera hecho nada por los derechos humanos en Rusia, como todo político socialista de la época ¿Por qué no le creyeron? ¿Por qué siguieron siendo obedientes y cómplices tantos intelectuales y políticos latinoamericanos del estado soviético, antes y después de las dictaduras militares? Victor Kravchenko pedía un Juicio de Nürenberg para juzgar a los dirigentes soviéticos; cosa que la izquierda se lo negó. El poeta Luis Aragón lo atacó. Kravchenko señalaba que la Unión Soviética constituía una amenaza al mundo. Después de la Caída del Muro de Berlín, Kravchenko tenía razón.

¿Por qué esperar tanto para darse cuenta del horror y la crueldad sin parangón en la historia?¿Dónde está el homenaje a los 21 millones de víctimas indiscriminadas del comunismo soviético y a los millones que murieron en otras partes del mundo? ¿Dónde están los documentales y películas para los conozcan las nuevas generaciones? Prácticamente, han pasado al olvido. Sus muertes han sido vanas.

Finalmente, Víctor Kravchenko abogaba por la libertad económica y política para los países oprimidos bajo el yugo comunista. Su sueño se vio cumplido 44 años más tarde.

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