Cuando Europa quedó desarmada moralmente después de la I Guerra Mundial, surgieron diversas teorías sobre la historia o filosofía de la historia. Primero, “La Decadencia de Occidente” del filósofo alemán Oswald Spengler, segundo la historia del historiador inglés Arnold Toynbee, las reflexiones sobre la cultura de las masas en Ortega y Gasset y las reflexiones de Heidegger en torno a la técnica americana. Todas esa reflexiones atacaban la visión rectílena del la historia procedente del siglo XIX.
Por eso, tanto Toynbee como Spengler contraponía los ciclos de las civilizaciones a la visión eurocentrista del positivismo, en que la Europa se veía a sí misma como el paradigma de cultura. En fin de cuentas, Europa no era el centro después de la Gran Guerra.
Ahora bien, cuando terminó la Guerra Fría quedó como única potencia planetaria, por primera vez en la historia de la humanidad, los EE.UU. Por primera vez, una nación unía prosperidad económica, un poder militar planetario y un alto desarrollo tecnológico.
Para entender esa posición, surgió la teoría hegeliana de “¿el fin de la historia?”, que Fukuyama escribió en la Revista “The Nacional Interest” en el verano de 1988. En ese artículo que luego fue la base del libro, Fukuyama retoma la idea del fin de la historia del filósofo alemán Hegel, en que la cumbre de la civilización sería la democracia liberal en la política y la economía de mercado en lo económico. En esa artículo tan controvertido que a la izquierda partidaria del totalitarismo comunista no le agradó, Fukuyama recuerda que Marx sostenía que el fin de la historia terminaría con la sociedad comunista. Sin embargo, algo que siempre me llamó la atención es porqué la izquierda se enfurecía con el planteamiento de Fukuyama, si los acólitos de Marx también creían en el fin de la historia. Que terminase la historia con el paraíso comunista y todos aburridos no les importaba. Nótese que Fukuyama nunca dice en ese artículo que los conflictos terminarán. Recuerdo a propósito de esto mismo, que mi profesor y filósofo Sergio Vuskuvick Rojo estaba encantado, por ejemplo, por el surgimiento de la guerrilla en Chiapas. Cualquier conflicto internacional satisfacía a la izquierda que no le gusta la democracia liberal, ni menos la economía de mercado. Yo lo encontraba francamente estúpido, pues la izquierda no se caracteriza por resolver problemas, sino para crearlos. En vez de la paz prefieren la guerra. Otra cosa, es que Fukuyama prevé o reconoce que la única ideología que podría desafiar la democracia liberal es el fundamentalismo islámico.
Fukuyama para sostener que la democracia liberal constituye el fin de la historia se basa, además, en el comentarista Alejandre Kojève, quien dirigirió unos seminarios sobre Hegel en la Ecole Pratique des Hautes Eludes, en la década del 30 del siglo pasado. Para Kojéve “el Estado Homógeo Universal” del cual Hegel hablaba eran los países que había desarrollado el liberalismo, a saber: Norteamérica y Europa (occidental en términos de la Guerra Fría). La Europa Occidental fueron “aquellos países blandos, prósperos, satisfechos de sí mismos, volcados hacia adentro y de voluntad débil”. Así en la Europa Occidental no hay conflictos. Según Kojéve, el Mercado Común Europeo encarnaba el fin de la historia. Por esa razón, Fukuyama observa que Kojéve siendo consecuente con su planteamiento, deja la filosofía y se convierte en burócrata de la Comunidad Europea, hasta 1968. Esa sería la teoría universalista de la democracia liberal.
Con todo, la respuesta o contra argumento a la visión de Fukuyama no ha venido los pensadores de la izquierda, sino más bien del mismo sector político a que pertenece Fukuyama.
Así, al poco tiempo, en 1997 Samuel P. Huntington publicó “El Choque de Civilizaciones”. Esta propuesta se acerca más a las teorías de Arnold Toynbee y Spengler. De nuevo la izquierda encontró agresivó la palabra “Choque” entre las civilizaciones. Por ello, sacaron a relucir el multiculturalismo o ”la alianza de civilizaciones” de Zapatero, que sostiene que todas las civilizaciones valen lo mismo, menos la cultura Occidental.
Huntington plantea a diferencia de Fukuyama que “es el hecho de que la cultura y las identidades culturales, que en su nivel más amplio son identidades civilizacionales, están configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la posguerra fría”. Ello implica que el mundo es multipolar y multicivilizacional, que Occidente está perdiendo poder y que éste se esta desplazando, que la sociedad que comparten parentescos comunes o culturales cooperan entre sí, que la pretensión universalista de Occidente (democracia liberal y economía de mercado) entra en conflicto con otras civilizaciones, como el Islam y China. También por los conflictos locales que Huntington dice se encuentran en la “línea de fractura”. Huntington reconoce que el mundo es anarquíco en el que reina los conflictos tribales y nacionales que, por cierto, durante la Guerra Fría se creían superados por la razón. Alguien argumentará que son simples criterios para ordenar el mundo lo que nos ofrece Samuel P. Huntington. Sin embargo, él refuta esa perspectiva con los siguientes ejemplos: “la confrontación en la Conferencia sobre los Derechos Humanos de Viena entre Occidente (encabezado por el secretario de Estado de los EE.UU., Warren Christopher), que condenaba «el relativismo cultural», y una coalición de Estados islámicos y los confucianos que rechazaban «el universalismo occidental»; “el anuncio por parte del Ministerio de Defensa de los EE.UU. de una nueva estrategia de preparación para dos «importantes conflictos regionales, uno contra Corea del norte, el otro contra Irán o Irak"; el llamamiento hecho por el presidente de Irán en favor de alianzas con China e India, para que «podamos tener la última palabra en los acontecimientos internacionales».
Con todo, Samuel Huntington nos hace ver que la modernizacion o industrialización llevado a cabo por los otras civilizaciones no significa occidentalización. Recuérdese el Irán de Sha que conllevó un resurgimiento cultural y religioso contra Occidente.
Aun cuando la superioridad de Occidente es notable en los siguientes ámbitos: Poseen y dirigen el sistema bancario internacional, controlan todas las divisas fuertes, son el principal cliente del mundo, proporcionan la mayoría de los productos acabados del mundo, dominan los mercados internacionales de capital, ejercen un notable liderazgo moral dentro de muchas sociedades, tienen capacidad para llevar a cabo una intervención militar en gran escala. controlan las rutas marítimas, dirigen la experimentación e investigación técnica más avanzada, controlan la educación técnica puntera, dominan el acceso al espacio,dominan la industria aeroespacial, dominan las comunicaciones internacionales y dominan la industria armamentística de alta tecnología. Sin embargo, su talón de Aquiles es la baja natalidad, que
bloggeros ya han anunciado.
Otra cosa que nos hacer Huntington es que Occidente lo identifican con los Estados Unidos, siendo éste país el mejor representa los valores Occidentales. Para muchos eso último no les agrada, ya sea por envidia u otra razón que desconozco. El filósofo alemán Edmundo Husserl en una conferencia dictada en la Asociación de Cultura de Viena, entre el 7 y 10 de mayo de 1935 escribió en su ensayo “La Filosofía en la Crisis de la Humanidad Europea”: “Formulemos la pregunta: ¿Cómo se caracteriza la estructura de Europa espiritual de Europa? Es decir, Europa entendida no geográfica o cartográficamente….En el sentido espiritual pertenecen también a Europa los Dominios Británicos, los Estados Unidos”. Y termina su conferencia que explica la actitud pasiva de Europa a principios del siglo XXI:”El peligro más grande que amenaza a Europa es el cansancio”.
La tercera teoría sobre la historia es la del periodista norteamericano Robert D. Kaplan, quien en su libro “El Retorno de la Antigüedad: La política de los guerreros”, plantea una tesis que se acerca a la Huntington y sirve de contrapunto a la teoría hegeliana de Fukuyama. La democracia liberal no resuelve, por sí misma, los conflictos étnicos que se remontan a cientos de años de lucha. Kaplan nos hacer ver que lo moderno que implica futuro, y por tanto, negación del pasado, es del todo equivocada. Kaplan se considera seguidor de la tradición pesimista sobre la naturaleza humana, que se remonta al historiador griego Tucídedes con su “Guerra del Peloponeso”. El conflicto es parte de la naturaleza humana y la tarea de la política exterior de un país: “También la política exterior suele concebirse a la luz de guiones pesimistas”. Él se enmarca en los pesimistas constructivos, como fueron Madison, Churchill, Maquiavelo, Hobbes y Tucídedes. Asípor ejemplo, el hecho de que los Estados Unidos u otros país intervenga en países convulsionado, lo que equivale volver a los protectorados de la Antigüedad. Kaplan dice: “De hecho, en una época en que el gobierno democrático recién instaurado en Sierra Leona implora al Reino Unido que no retire sus comandos, en que la comunidad internacional mantiene protectorados en Bosnia y Kosovo para impedir un surgimiento del genocidio étnico, en que el cuerpo ocupación australiano contribuye a salvaguardar los derechos humanos en Timor Oriental, es difícil condenar a Churchil por haber apoyado intervenciones colonialistas que aportaron estabilidad y una mayor calidad de vida a los lugareños”. En otro capítulo sostiene que los grandes complejos urbanos recuerdan a las ciudades estados de la antigüedad. La experiencia de los historiados clásicos nos ayuda a entender el futuro.
Las tres teorías sobre la historia intentan dar cuenta de las relaciones de Occidente con el resto del mundo. Ninguna niega los conflictos.
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